Asylum
“ Pero yo no quiero estar entre locos – señalo Alicia.
Oh, no puedes evitarlo – dijo el gato – Aquí todos estamos locos. Yo estoy loco, tu estas loca.
¿Cómo sabes que estoy loca? – pregunto Alicia.
Debes estarlo – dijo el gato – De otra forma no habrías venido aquí. ”
Lewis Carroll.
Alicia en el país de las maravillas.
“... Se deleita en contarme cada detalle de las atrocidades que le causó a mi amada Constance y a mi pequeña Harriet. Ríe, babea y me dice que le rogaron que abusara de ellas. Dice que su hija es una mujerzuela. Yo escucho. Lo trato por seis meses, Me asombra mi valor y mi compasión.
El primero de abril de 1922... En el primer aniversario... Lo ato a la camilla de electroshocks. Y quemo al bastardo asqueroso. Se tomó como un accidente. Esas cosas pasan. Mis fosas nasales están llenas de ozono y olor a carne quemada. Pero no siento nada. Hago el recorrido de los corredores entre tres y cuatro de la mañana. La rutina es importante. Una buena rutina aparta la mente de imágenes morbosas. A veces estoy seguro de oír risas histéricas, provenientes de una celda que yo sé que está vacía. Cubro con cinta el espejo de mi estudio. Las risas cesan. La casa es un organismo, hambriento de locura. Es el laberinto que sueña. Y yo estoy perdido.
Aturdidos por mi “corazón enfermo”, unos amigos me llevan a la ópera.... Parsifal de Wagner. ¿Acaso no entienden? ¿No ven que me rompo en mil pedazos? Tiempo. El tiempo se vuelve... Extraño.
Han pasado cuarenta minutos desde que consumí tres porciones del hongo amanita. No hay efecto. De pronto, me convenzo de que la casa está viva, y tratando de comunicarse conmigo. La presión atrás de mi cabeza me obliga a voltear. En su pequeño universo contenido, dos peces payasos, enormes y brillantes, están por chocar uno contra otro. Forman el signo de Piscis. ¡Piscis! ¡La atribución astrológica de la carta de la luna en el Tarot! El símbolo del sufrimiento y la iniciación. Muerte y renacimiento. Me han mostrado el camino. Debo seguir esa ruta. Como Parsifal, tengo que enfrentar la locura que me amenaza. Iré solo a la torre oscura. Sin mirar atrás. Para enfrentar al dragón en su interior. Solo tengo una preocupación. ¿Y si no soy suficientemente fuerte para derrotarlo? ¿Entonces que? La sustancia me domina, me siento pequeño y temeroso. Quizás hice lo indebido. En algún lugar, no muy lejano, el dragón arrastra todo su terrible peso por los corredores del asilo. Me sobrecoge una ola de terror perfecto. Y el mundo explota. No hay de que sujetarse. Ni un ancla. Me domina el pánico. Huyo. Corro ciegamente por el manicomio. Ni siquiera puedo orar. Pues no tengo Dios. Las puertas se abren y se cierran. Aplauden mi huida. Las cerraduras sangran. Un coro de niños lisiados sexualmente cantan mi nombre una y otra vez. Estoy cayendo. Oh, madre, ¿qué árbol es éste? ¿Qué heridas son estas? Soy Attis en el pino. Cristo en el cedro. Odin en la ceniza del mundo. Colgando en el árbol del viento, por nueve noches, herido por la lanza. Dedicado a Odin. De mi hacia mi mismo. Debo ver mi reflejo, para demostrar que aún existo. Afuera oigo que el dragon se acerca, cada vez más. Desesperado, quito la cinta del espejo, tira por tira, rompiéndome las uñas. Hasta que me revelo ante el cristal. Y me observo dentro de mi mirada. No puedo decir donde termino el dragon. Y yo empiezo. Pero, ¿No soy el héroe, el hombre del destino? ¿Acaso no enfrenté al gran dragon? ¿Dónde, entonces, está mi grial? ¿Mi tesoro? ¿Mi último premio? De pronto, llega el ansia de revelaciones, en forma de recuerdos que mi memoria canceló. Es 1920. Los árboles caen en la oscuridad, bajo un cielo inquieto. La lluvia azota las ventanas. ¿Por qué? ¿Por qué vine aquí? ¿Por qué tengo tanto miedo? Bajo la cama, grandes alas empiezan a agitarse. No estoy loco. No estoy loco. Veo la cosa que a perseguido y atormentado a mi pobre madre por tantos años. Lo veo. Es un murciélago. ¡UN MURCIÉLAGO! Oh, mi pobre madre. Ahora entiendo de qué trataba de apartarme mi memoria. La locura corre en mi sangre. Es mi derecho de nacimiento. Mi herencia. Mi destino. Alas de cuero me cubren.
Ya veo la virtud de la locura, pues este país no conoce ninguna ley o atadura. Compadezco a las pobres sombras, encerradas en esta prisión Euclidiana que es la cordura. Todo es posible aquí, y yo soy lo que la locura me ha hecho. Integro. Y Completo. Libre al fin.”
Grant Morrison.
Oh, no puedes evitarlo – dijo el gato – Aquí todos estamos locos. Yo estoy loco, tu estas loca.
¿Cómo sabes que estoy loca? – pregunto Alicia.
Debes estarlo – dijo el gato – De otra forma no habrías venido aquí. ”
Lewis Carroll.
Alicia en el país de las maravillas.
“... Se deleita en contarme cada detalle de las atrocidades que le causó a mi amada Constance y a mi pequeña Harriet. Ríe, babea y me dice que le rogaron que abusara de ellas. Dice que su hija es una mujerzuela. Yo escucho. Lo trato por seis meses, Me asombra mi valor y mi compasión.
El primero de abril de 1922... En el primer aniversario... Lo ato a la camilla de electroshocks. Y quemo al bastardo asqueroso. Se tomó como un accidente. Esas cosas pasan. Mis fosas nasales están llenas de ozono y olor a carne quemada. Pero no siento nada. Hago el recorrido de los corredores entre tres y cuatro de la mañana. La rutina es importante. Una buena rutina aparta la mente de imágenes morbosas. A veces estoy seguro de oír risas histéricas, provenientes de una celda que yo sé que está vacía. Cubro con cinta el espejo de mi estudio. Las risas cesan. La casa es un organismo, hambriento de locura. Es el laberinto que sueña. Y yo estoy perdido.
Aturdidos por mi “corazón enfermo”, unos amigos me llevan a la ópera.... Parsifal de Wagner. ¿Acaso no entienden? ¿No ven que me rompo en mil pedazos? Tiempo. El tiempo se vuelve... Extraño.
Han pasado cuarenta minutos desde que consumí tres porciones del hongo amanita. No hay efecto. De pronto, me convenzo de que la casa está viva, y tratando de comunicarse conmigo. La presión atrás de mi cabeza me obliga a voltear. En su pequeño universo contenido, dos peces payasos, enormes y brillantes, están por chocar uno contra otro. Forman el signo de Piscis. ¡Piscis! ¡La atribución astrológica de la carta de la luna en el Tarot! El símbolo del sufrimiento y la iniciación. Muerte y renacimiento. Me han mostrado el camino. Debo seguir esa ruta. Como Parsifal, tengo que enfrentar la locura que me amenaza. Iré solo a la torre oscura. Sin mirar atrás. Para enfrentar al dragón en su interior. Solo tengo una preocupación. ¿Y si no soy suficientemente fuerte para derrotarlo? ¿Entonces que? La sustancia me domina, me siento pequeño y temeroso. Quizás hice lo indebido. En algún lugar, no muy lejano, el dragón arrastra todo su terrible peso por los corredores del asilo. Me sobrecoge una ola de terror perfecto. Y el mundo explota. No hay de que sujetarse. Ni un ancla. Me domina el pánico. Huyo. Corro ciegamente por el manicomio. Ni siquiera puedo orar. Pues no tengo Dios. Las puertas se abren y se cierran. Aplauden mi huida. Las cerraduras sangran. Un coro de niños lisiados sexualmente cantan mi nombre una y otra vez. Estoy cayendo. Oh, madre, ¿qué árbol es éste? ¿Qué heridas son estas? Soy Attis en el pino. Cristo en el cedro. Odin en la ceniza del mundo. Colgando en el árbol del viento, por nueve noches, herido por la lanza. Dedicado a Odin. De mi hacia mi mismo. Debo ver mi reflejo, para demostrar que aún existo. Afuera oigo que el dragon se acerca, cada vez más. Desesperado, quito la cinta del espejo, tira por tira, rompiéndome las uñas. Hasta que me revelo ante el cristal. Y me observo dentro de mi mirada. No puedo decir donde termino el dragon. Y yo empiezo. Pero, ¿No soy el héroe, el hombre del destino? ¿Acaso no enfrenté al gran dragon? ¿Dónde, entonces, está mi grial? ¿Mi tesoro? ¿Mi último premio? De pronto, llega el ansia de revelaciones, en forma de recuerdos que mi memoria canceló. Es 1920. Los árboles caen en la oscuridad, bajo un cielo inquieto. La lluvia azota las ventanas. ¿Por qué? ¿Por qué vine aquí? ¿Por qué tengo tanto miedo? Bajo la cama, grandes alas empiezan a agitarse. No estoy loco. No estoy loco. Veo la cosa que a perseguido y atormentado a mi pobre madre por tantos años. Lo veo. Es un murciélago. ¡UN MURCIÉLAGO! Oh, mi pobre madre. Ahora entiendo de qué trataba de apartarme mi memoria. La locura corre en mi sangre. Es mi derecho de nacimiento. Mi herencia. Mi destino. Alas de cuero me cubren.
Ya veo la virtud de la locura, pues este país no conoce ninguna ley o atadura. Compadezco a las pobres sombras, encerradas en esta prisión Euclidiana que es la cordura. Todo es posible aquí, y yo soy lo que la locura me ha hecho. Integro. Y Completo. Libre al fin.”
Grant Morrison.