8 de diciembre. Hoy ya son 23 años…
23 años de una vida no muy trascendente. Cada año despierto en este día con la misma idea, con el mismo sentimiento; el saber que otro año se me acabó por escapar en un parpadeo y no hice nada que valiera la pena, otro año se fue a la mierda y mi vida sigue a la deriva, sin rumbo.
La única diferencia con los años pasados es que en vez de levantarme para ir a la escuela y presentar un examen final, ahora voy a trabajar. Estos pocos días que llevo me comprueban algo de lo que ya tenia una vaga idea, soy capaz de todo con la cruenta excepción de un día de trabajo honesto, y realmente resulta ser algo que me desagrada sobremanera y que francamente, al menos para mi, carece de un sentido tanto práctico como filosófico y simbólico.
Me encuentro con todos los músculos de mi cuerpo contraídos por el dolor y el cansancio, fue un día pesado. Camino con dificultad hacia el patio con un aire helado golpeándome de frente. Tengo adoloridos los pies, camino pesadamente, y el dolor me hace trastabillar, y caigo al suelo, y me golpeo la cara contra el piso, y me abro el labio por el golpe.
Después de un poco de asimilamiento me levanto con trabajos y enciendo un cigarro, y el dulce sabor de mi sangre se mezcla con el humo que pasa a llenar mis pulmones por completo. Una extraña combinación, una extraña sensación.
Me trago toda la sangre y exhalo todo el humo, y por alguna razón esto me satisface mas de lo que esperaba, así que hago algo que por lo general nunca hago, al menos no con sinceridad, y que además no sucede muy a menudo: Sonrío.
Y así paso los primeros minutos de este día; fumando. Pero más que otra cosa, sonriendo…