El Sueño.
Voy caminando por la calle, es de noche, estoy solo y hace mucho frió. De un momento a otro doy la vuelta en una esquina y veo a una chica con problemas; dos tipos la están asaltando y ella grita pidiendo ayuda. Yo observo la escena desde lejos y estoy a punto de irme hacia el otro lado cuando me doy cuenta de que no puedo moverme, algo me impide caminar y no se que es, así que me quedo parado sin poder dar un paso, hasta que por fin mi cuerpo empieza a caminar en la dirección opuesta a la que quiero ir, que es la dirección en donde se desarrolla todo el alboroto. Me acerco disgustado y agarro a uno de los tipos de la cabeza, lo tiro al suelo y le azoto la cara contra el pavimento una y otra vez, después me coloco encima de el y comienzo a golpearlo en el rostro repetidamente, una y otra vez, sin detenerme; para este momento, la sangre de su amigo regada por todo el lugar, hace que el segundo tipo huya corriendo a todo lo que puede con una expresión de horror en el rostro. Yo continuo golpeando, el rostro del tipo esta completamente destrozado, seguramente ya esta muerto pero yo sigo golpeando hasta que alguien grita mi nombre; me detengo en seco, mis manos me duelen y me quedo pasmado cuando volteo para darme cuenta de que la chica a la que asaltaban eras tu.
Caminamos juntos por la calle, en el frió, sin decir una sola palabra, hasta que llegamos a un hotel enorme en donde entramos a la suite principal, el penthouse, una recamara espaciosa, un servicio de bar, una sala de estar contigua a la recamara con un par de mullidos sillones de piel negros en donde nos sentamos a conversar. Tu aun estas horrorizada por el espectáculo que acabo de dar y me regañas como si fuera un niño pequeño, yo no digo nada, con los ojos entrecerrados y con un aire de melancolía te observo detenidamente sin decir nada. Bebo un trago de Johnny Walker que me serví del bar y sigo escuchándote con atención. Cuando terminas de hablar me doy cuenta de que un par de lagrimas se escurren por todo tu rostro, estas muy decepcionada de mi. Aun así, y dado que no nos hemos visto en años, me pides que te diga que me pasó, que ha sido de mi durante todo ese tiempo que me haya hecho cambiar de manera tan extremosa; cuando tu me conociste yo no hubiera sido capaz de matar a una persona tan fríamente como me viste hacerlo. Eso es lo que tu crees, yo se que siempre tuve ese capacidad en mi y que simplemente no me había atrevido a sacarla a flote, sin embargo, todos estos años me han cambiado, ahora ya soy capaz de cualquier cosa.
Permanezco callado, tu vuelves a preguntarme que es lo que ha pasado conmigo, yo no atino a decir nada; hasta que finalmente rompo el silencio de una manera desagradable, comienzo a toser estrepitosamente, mi tos es tan agresiva que cuando escupo en la alfombra y en mis manos te das cuenta de que lo que debería de ser una asquerosa flema de color verde es una hipnótica y rojiza sangre, mi sangre. Te acercas y colocas tu brazo sobre mi hombro y me pides que te explique porque estoy escupiendo sangre. Yo, ya completamente débil y desarmado ante ti, te digo que me estoy muriendo, en cualquier momento voy a dejar este mundo y no hay nada que pueda evitarlo. Cáncer en los pulmones, quien lo diría.
Así que permanezco ahí en suelo y te pido que me hables, que me cuentes algo feliz y completamente puro, algo que yo soy incapaz de sentir, tu sonrisa esta radiante a pesar de las lagrimas que derramas intensamente; te arrodillas junto a mi y me obligas a recostarme sobre tu regazo mientras colocas ambos brazos sobre mis hombros en un cariñoso abrazo, cierras los ojos y empiezas a describirme cosas maravillosas en un suave tono, tan suave que mis oídos apenas logran distinguirlo. Tu hablas con dulzura y apasionadamente, relatas historias magnificas, te entregas por completo a tu narración, hasta que finalmente terminas y esperas mi respuesta. Pero yo no hablo, yo no digo absolutamente nada, yo no respondo, porque yo ya estoy muerto.
Caminamos juntos por la calle, en el frió, sin decir una sola palabra, hasta que llegamos a un hotel enorme en donde entramos a la suite principal, el penthouse, una recamara espaciosa, un servicio de bar, una sala de estar contigua a la recamara con un par de mullidos sillones de piel negros en donde nos sentamos a conversar. Tu aun estas horrorizada por el espectáculo que acabo de dar y me regañas como si fuera un niño pequeño, yo no digo nada, con los ojos entrecerrados y con un aire de melancolía te observo detenidamente sin decir nada. Bebo un trago de Johnny Walker que me serví del bar y sigo escuchándote con atención. Cuando terminas de hablar me doy cuenta de que un par de lagrimas se escurren por todo tu rostro, estas muy decepcionada de mi. Aun así, y dado que no nos hemos visto en años, me pides que te diga que me pasó, que ha sido de mi durante todo ese tiempo que me haya hecho cambiar de manera tan extremosa; cuando tu me conociste yo no hubiera sido capaz de matar a una persona tan fríamente como me viste hacerlo. Eso es lo que tu crees, yo se que siempre tuve ese capacidad en mi y que simplemente no me había atrevido a sacarla a flote, sin embargo, todos estos años me han cambiado, ahora ya soy capaz de cualquier cosa.
Permanezco callado, tu vuelves a preguntarme que es lo que ha pasado conmigo, yo no atino a decir nada; hasta que finalmente rompo el silencio de una manera desagradable, comienzo a toser estrepitosamente, mi tos es tan agresiva que cuando escupo en la alfombra y en mis manos te das cuenta de que lo que debería de ser una asquerosa flema de color verde es una hipnótica y rojiza sangre, mi sangre. Te acercas y colocas tu brazo sobre mi hombro y me pides que te explique porque estoy escupiendo sangre. Yo, ya completamente débil y desarmado ante ti, te digo que me estoy muriendo, en cualquier momento voy a dejar este mundo y no hay nada que pueda evitarlo. Cáncer en los pulmones, quien lo diría.
Así que permanezco ahí en suelo y te pido que me hables, que me cuentes algo feliz y completamente puro, algo que yo soy incapaz de sentir, tu sonrisa esta radiante a pesar de las lagrimas que derramas intensamente; te arrodillas junto a mi y me obligas a recostarme sobre tu regazo mientras colocas ambos brazos sobre mis hombros en un cariñoso abrazo, cierras los ojos y empiezas a describirme cosas maravillosas en un suave tono, tan suave que mis oídos apenas logran distinguirlo. Tu hablas con dulzura y apasionadamente, relatas historias magnificas, te entregas por completo a tu narración, hasta que finalmente terminas y esperas mi respuesta. Pero yo no hablo, yo no digo absolutamente nada, yo no respondo, porque yo ya estoy muerto.
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